Itinerarios. De los caminos de herradura a los caminos de ruedas
Hasta muy entrado el siglo XIX, Andorra, a pesar de ser una zona de montaña, conservó unas estrechas relaciones de intercambio y de comunicación que se extendían desde Tolosa hasta Tarragona. En base a los antiguos caminos romanos, los arrieros y las recuas de mulas contribuyeron a mantener un grado significativo de centralidad y de movilidad de personas y de mercancías de estas tierras.
Como consecuencia de la adaptación progresiva de los antiguos caminos de basto de la llanura al paso de los carruajes y de las diligencias, y de la aparición del tren, se alteró la accesibilidad y movilidad tradicional de personas y de mercancías. Estos cambios en el sistema de comunicaciones y en la percepción de las distancias aislaron a Andorra y contribuyeron a crear una imagen de lugar lejano, cerrado y virgen. A principio del siglo XX, para llegar a estos valles desde Barcelona, se tenía que coger el tren hasta Calaf y dos diligencias hasta la Seo de Urgel, y seguir a caballo hasta Andorra la Vella; en total, unas treinta horas de viaje incómodo e imprevisible.